Y no bastaba con la gripe, que patrocinaba la nariz tapada y el dolor de cabeza. Volvió a llegar el intranquilo gato que corre por el techo e interrumpe mis sueños, como si supiera que me acabo de dormir.
Camina de derecha a izquierda, como tigre en jaula de circo, sonando la madera y las hojas de zinc o el cielo raso. Cuando logro despertar siento como si fuese un temblor más de este país.
¿y el sueño? Gracias gato, se me ha ido a alguna ciudad lejos de aquí. Ahora pienso en vainas absurdas, agarro lápiz y papel y a escribir.
Trato de meditar llevo mi cuerpo a las playas de mi país y cuando voy cayendo otra vez en esa calma… Se estrella el gato. Se habrá golpeado hasta su minúscula nariz.
Sus pasos fueron lentos, llorando como si a alguien le ha pegado. Pero el animal no se ha dado cuenta que a dos vecinos y a mí nos ha despertado.
¿Qué institución frenara al gato?
Me deja noctambulo, pensamientos volando, en aquella, en lo otro y en el perro que estoy por tirarle al techo y que se lo trague. La psicóloga, el baile, la sabana o la voladora. Sus piernas, su cola, mejor llevémosle al chino para que se lo coma.